viernes, 14 de junio de 2024

LOS GRITOS DEL SILENCIO

 

El silencio que precede luego de una explosión, que es

una mixtura, entre gritos ahogados, polvo, olor a carne

quemada  y ceguera parcial, más un zumbido en los oídos

que se instala como una sirena de bomberos, dentro del

tímpano,  es el mismo que experimentamos antes esos

hechos  y acontecimientos que cambian el rumbo de un

día  normal, de esa rutina pre establecida, de esa maquinaria

zombi que nos llena la agenda de obligaciones, de rituales,

de costumbres.

De pronto alguien sale a correr, un domingo, dice chau con

La  mano, ni siquiera reparamos en que lleva puesto, porque

el  ruido, el apuro, el domingo que avanza, nos deja ciegos,

pero  no vuelve, el plato puesto en la mesa, la olla que hierve

pero no vuelve, y entonces estalla la bomba, y el silencio

hace sangrar los oídos. Un chico que se suicida en el coche

de su madre, en el garaje de su casa, mientras el lavarropas

gira, junto con la secadora, y ambos ruidos tapan el ruido del

disparo en la cien, y después el silencio de gritos desgarrados,

el ahogo de rabia e impotencia, un padre que llega y ve salir

de su casa a unos sanitarios con una bolsa negra, y después

el silencio de patadas a los muebles, de desgarros internos,

de esquirlas de la bomba incrustadas en la piel.

Unas madres que buscan a sus hijos, que explican, que no

volvieron a dormir, unas abuelas que buscan a hijos y nietos

y danzan después del silencio abrazador, todavía sordas y

ciegas de tantas balas y palabras huecas.

Un chico que sale por la costa, va a una disco, y  muere en

la calle, acribillado a patadas, y el silencio cómplice, la

ceguera múltiple, uno muere y ya no hay vuelta atrás, sus

padres se llenaran de silencio de su voz, de su risa, de su amor,

a los que lo mataron, también les cambiará la vida, pero no

tendrán la paz del silencio, si no la tortura de la culpa y lo

absurdo de no haber empatizado con el más débil nunca,

por tener una vida de privilegios.

Pero en algún momento los atacará el silencio, y escucharán

el ruido roto de sus patadas, golpeando carne y huesos inocentes

y será ensordecedor y más muerte que la muerte.

Un hijo que llama a su madre, y le dice no te asustes, estoy bien,

estoy en el hospital, tuve un accidente, vení y no mires a los

costados de la ruta, y la madre va, aturdida por el silencio, que

solo se interrumpe por el bombardeo de los latidos del corazón,

y si mira, y ve un amasijo de hierros, y bomberos y policía, y

siente culpa, siente terror, siente que la vida se escurre, hasta

llegar al hospital, hasta verlo, con heridas con golpes pero vivo,

y ahí el cordero se convierte en león y es toda fuerza bruta.

El silencio sin limites, lleno de absurdas preguntas, se le instala

a unos padres que van en busca de su hijo, que sufrió un golpe,

para los médicos de urgencia sin importancia, pero el chico no

está en casa, el chico no contesta el teléfono, porque el chico

está en el hospital, y los padres corren, con un silencio despavorido

con una urgencia que desconocen, el chico está asustado, ya no

tiene 20 años, tiene 3 o 4, y necesita a su mamá y a su papá,

y esta blanco como la nieve, y tiene miedo, y los padres están

aterrados,  y todo es silencio lleno de preguntas, todo desaparece

de la escena, no hay paredes, ni gente, ni tramites, ni agenda, ni

deudas,  nada,  no hay nada, solo un pensamiento que no se expresa

que está ahí dando vueltas, si se muere me mato, y lo ahuyentan,

lo descartan como un carbón encendido en las manos, pero hay

tanto ruido en ese silencio que les traspasa el alma de lado a lado.

Vuelven a la vida con él, cuando sale, cuando está vivo, pálido

como la nieve y desvalido, pero vivo. Y el silencio sigue ahí,

porque  hay cosas que jamás van a contar de lo que  paso por sus

cabezas  en esas horas eternas. Porque la felicidad de la vida,

será más fuerte que el miedo a la muerte.

Han sido afortunados, y los huecos se pueden cubrir de palabras.

Los que no vuelven y se van sin que les podamos decir

adios, nos dejan llenos de silencios absurdos, resentidos, culposos

y agrios, que no hay ruido en el mundo entero que

pueda lograr convertir ese silencio en sonido.

 

jueves, 13 de junio de 2024

EL INSTANTE PERFECTO.

 Estoy en una reposera, en la playa, con un libro, en un impase, 

los veo llegar, son las cinco de la tarde,  el sol de junio, todavía  

a pleno, pero ya se nota que atardece, tienen 15 o 16 años, ella una morenita

casi mulata, bajita, llena de curvas y turgencias, con el pelo totalmente enrulado

recogido en una cola, él un flaquito esmirriado, solo unos centímetros más que ella

de altura, con el corte de pelo de rigor de todos los adolescentes, se tumban

casi frente a mi, se sacan las remeras y se abrazan, ella esta sobre él, y se

besan, no hay nada sexual y todo es sexual, no exageran, hablan despacio,

pero se nota que de cualquier cosa, el mundo ha desaparecido para ellos,

el alarga la mano, le acaricia los muslos, los cachetes de manzana, que 

parecen exhalar aroma a fruta, ella lo besa otra vez, se acomoda mejor,

le revuelve el pelo, y hablan, y no hay nada promiscuo, solo dos adolescentes

que se desean, que no muestran excitación , solo deseo, de tocarse de sentirse,

de intimar, yo estoy mirándolos, sin lascivia alguna, me inspiraban ternura

paz, la playa de fondo, el sol que empieza a caer y los cubre de sombras,

convirtiéndolos en un cuadro en blanco y negro, allí quedaron abrazados,

deseosos, urgentes y pacientes, seguro soñando que ese momento sea

eterno, enamorados hasta donde se puede, sin que nada importe más que

ese instante.