Y entonces todo se tiño de gris topo,
de gris desteñido
de tan usado y raído
Se convirtió en algo que ni teñido
y vuelto a teñir, podría recuperar
una pizca de brillo, aunque más no
fuese un negro distraído.
Como esos cielos de nubes plomizas
que amenazan y no cumplen, que no
se mueven ,
que ni la lluvia los quiere,
porque ya no palpitan.
Todo gris plomo, todo gris topo
en todas las tonalidades de grises,
cobardes, intranscendentes, miserables
tacaños, absurdos, negadores,
que no se atreven, que se protegen
de los arcoíris y los atardeceres.
Grises tristes, fascistas, tiranos,
acostumbrados a esconderse tras las
rendijas, a espiar, a los rojos, a los verdes
y los anaranjados, posándose cuando pueden
sobre ellos, para opacarlos, machacarlos y
quitarles la esperanza.
Y entonces, los grises, los topos, los plomizos
esgrimirán dictadores y elocuentes
que el gris es el equilibrio y la razón.
Gritarán cada vez más fuerte, que es más
duradero, porque si algo les gusta a
los grises es durar, no andar por la vida
llenos de destellos e inútiles sueños de
iluminar y ser iluminados.
No entendieron nada, dirán los grises,
argumentando que, clavo que sobresale debe ser
golpeado hasta hundirse en la pared y
ser obediente y domado convirtiéndose en lo suficientemente
gris, para que no se sienta destacado.
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