Marina tenía una rara habilidad, que nadie conocía, podía cerrar los ojos
y transportarse en el tiempo, no siempre claro, a veces aunque los cerrara
muy fuerte, le faltaba concentración, entonces aparecía en el mismo lugar,
en su balcón, regando las margaritas, esas que deshojaba con ardor, porque
siempre estaba enamorada de la persona equivocada, contrariada, desesperada.
Aún así, un miércoles de mayo, mientras se cepillaba los dientes, cerró los
ojos y sin más se corporizó en Lesbos, en la antigua Grecia, en una roca
de Leúcade, un acantilado, donde oh! Casualidad, era el lugar donde los
enamorados desangrados por no ser correspondidos, se arrojaban al mar en
busca de consuelo, como lo había hecho según la leyenda, la atormentada
poetisa griega, Safo de Lesbos, aunque según pudo saber Marina, las versiones
eran múltiples de esta misteriosa Diosa, pero ella con sus penas de amor
a cuestas y todavía con espuma en la boca, opto por la que más la conmovía,
el suicidio por amor, que convirtió en ícono, la roca donde ella estaba, aquí
y ahora.
Se decantó por la que en todos sus poemas dejaba la estela de la pasión y el fuego
sagrado del amor latente.
La que se enamoró locamente del Faón, un hombre tan bello como el mismísimo
sol, al que la propia Afrodita deseaba para ella, pero que Safo como toda loca
de amor desbordado, no supo ver que invocándola, no hacía más que despertar
en la Diosa Afrodita, eso que Safo tan bien definía en sus poemas, - cuando el amor
visceral se apodera del ser humano, se manifiesta con celos, deseo intangible e
irracional nostalgia-. Afrodita entonces, poderosa y engreída con su gran sabiduría,
la indujo a que sea valiente, y que si su amor por el Faón no era correspondido, termine
con tanto flagelo, y se arroje desde la roca al mar, para que la redima de su errónea
pasión y sus penas doloridas, por hombres y mujeres, ya que Safo podía sentirse
seducida por unos y por otras, y llevar esas pasiones contrariadas en cada palabra de
su prosa.
Marina, sabía en los más profundo que de algún modo era su propia historia, la que
veía ante sus ojos todavía cerrados, el tormento, el amor desesperado no correspondido
el confiar en aquellos que lejos de entenderla, la empujaban al abismo.
No en vano estaba en este instante, en esta roca que parecía maldita, y sin embargo era el
lugar elegido para terminar el calvario más ancestral, de vivir como Safo, con el alma
en la punta de los dedos y escribir desgarrada de huesos a cabeza, estas súplicas
-Ven también ahora y de amargas penas líbrame y otorga lo que mi alma ansía y en esta
guerra se mi aliada!- así le rogaba a la indolente Afrodita, sin saber que ella lideraba su
propia guerra, en fastuosos carros tirados por gorriones y pétalos de flores, que
construían para ella los faraones, absortos por sus poderes.
Entonces Marina, abrió los ojos, y se enjugo las lágrimas, pasó la mano por la roca, y se
despidió de Safo con una tierna caricia.
Ya en el balcón, miró sus margaritas deshojadas, y se arrojó al vacío, feliz y enamorada.
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