Aquel otoño, donde temerarios e inconscientes, hacíamos
crujir las hojas bajo nuestros cuerpos, sin más atuendo que la
esperanza de que todo fuese un sueño, quizás porque era eso
lo que nos atravesaba, la desnudez de los árboles, esos
primeros vientos traicioneros, que nos resistíamos a aceptar,
porque la piel todavía olía a verano, porque abril tan tirano, tan
honesto, tan valiente, dejaba todo al descubierto, menos la
cobardía, menos las mentiras. Entonces el maquillaje urbano se
caía a pedazos y nosotros trémulos payasos tristes, insistiendo
en no verlo.
No podíamos y no entendíamos que nuestras ramas tenían que
ser cortadas y nuestras raíces trasplantadas para volver a
florecer, que no hay paraíso perdido que contenga a dos almas
que se amaron en otoño, pero no se atrevieron a mutar, que no se
animaron como el limonero, a perder la cabeza y soportar la cal
viva en el cuerpo, para sobrevivir durante el invierno, a levantar
el suelo con la fuerza de su rebelión, a exponerse a la intemperie
sin más abrigo que la incertidumbre, con la osadía de ir dejando
el equipaje, viajando hacia el sol, con la fuerza de amar, de perdonar
al viento de agradecer la visita de la lluvia, que no es más que
alivio fresco, para tanta herida abierta.
No fuimos capaces de entender, que los atardeceres de otoño llegarían
tan pronto y nos encontraría con las ramas débiles, con los huesos rotos
echando raíces que ya no se animan siquiera a levantar el suelo y
romper el cemento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
la que modera los comentarios es rubia, sabrán entender, ustedes tranquilos, comenten sin miedo, eso de la moderación es puro cuento, porque además de rubia es ARGENTINA.