Las heridas cierran, temprano o tarde, es cuestión de piel.
Las más duras sanan antes y se cosen con hilos invisibles
de acero y queda solo una marca, un tatuaje con relieve,
que se oculta inmunizado, sin estar del todo a salvo del
próximo daño. En las pieles débiles cierran más lentamente
más tarde que temprano, sangran de cuando en vez, los años
bisiestos y los otros también. En las pieles jóvenes y tersas,
casi desaparecen, más temprano que tarde y se rearma de
capas nuevas y hasta un miércoles cualquiera de una primavera
soleada, desaparecen para siempre.
Las heridas que se producen al mismo tiempo, en pieles habitadas
de distintos cuerpos, esas son más complejas, porque tienen que
darse las condiciones epidérmicas, de dureza, debilidad o juventud
mutua, una compatibilidad tan rara, como esas enfermedades,
para las cuales la ciencia no ha podido dar con la cura.
El tema es que pasa con las pieles desobedientes, esas que
no aceptan clasificación y se lastiman al mismo tiempo y se revelan
y se quedan ahí, con las costuras asimétricas, esperando un hilo mágico
que las remiende, que junte las aristas, hasta convertirlas en un nuevo
retazo de piel, donde las ribetes visibles y con relieve, puedan tocarse
y admirar la belleza de lo imperfecto, de esa rebelión de células que
nunca atendieron razones y se expusieron libres, dando batalla a la
depredación de agujas filosas que solo maquillan el exterior y lo
disfrazan todo de olvido.
Las pieles que se rompieron juntas, no tienen sastres ni modistas,
tampoco podrán con ellas los cirujanos.
Esas pieles morirán heridas por el mimo filo que las ha cortado.
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