Nunca estuve tan pérdida, tan distraída.
Nunca estuve tan ausentemente presente
ni tan atenta e inconsciente, los días se me
escurren de las manos, quiero todo, atraparlos
anhelarlos, tragarlos, devolverlos y devorarlos.
Quiero asomarme, entrar, cavar y llegar al fondo
quedándome solo en la superficie.
Nunca estuve tan rota, tan diezmada, tan absurda,
simple y complicada, tan entera en mis pedazos
que se yerguen como lazos, que atan y desatan,
me reviven y me matan.
Nunca tuve tanto miedo, tanto
pánico, mezcla de adrenalina, laxitud e ignorante
sabiduría.
Siento que sería capaz de saltar en paracaídas, con
la certeza de que no se abrirá y así y todo caería de
pie en suelo firme.
Nunca antes experimenté como el aire entra y sale
de mis pulmones, con una nitidez tan genuina de
saber que eso me mantiene viva.
Las imágenes se me van revelando como fantasmas
que toman forma, ya puedo hablar con los muertos
o los que están por nacer.
Escucho como me susurra el viento mientras el sol
se cuela por mis tendones.
Nunca me importó todo tan poco, sabiendo al mismo
tiempo lo mucho que me importan pocas cosas
Vivir así en una burbuja, que se va pinchando mientras
camino y quedarme quieta en el momento justo, para
que no ceda, para que se ajuste a mi respiración.
Nunca me fue tan ajena la indolencia, que no tiene
remedio ni coherencia.
Y sin embargo, la intuición se acelera, la mirada se
agudiza, puedo sentir el golpe de la caída libre, aún
sin moverme, y divago entre hacer y decir y me pierdo
en sensaciones, en percepciones, en palabras que
aparecen como duendes poseídos.
Nunca quise tanto estar viva, sin que me importe mi
propia muerte. Solo la ajena que me pertenece, sin
poner en otras manos, mi magro destino, y solo
abandonarme a ser dueña de cada paso fallido.
Nunca estuve tan aterrorizada, tan eléctricamente paralizada
en el instante presente, como para saber que es saltar al
abismo y que nadie me lo cuente.
En esta débil línea que me encuentro, en la dicotomía del
amor que si no muere, mata, que vuelve del pasado y late
en presente, en esa disyuntiva de perderlo todo o apostar
deliberadamente lo poco que queda, sin encontrar el
equilibrio, que nunca tuve y nunca busque, voy eyectada con
esa necia seguridad, de que ya no quiero aferrarme a lo perdido.
Nunca lo pensé así, pero ahora sé que puedo intentar volar
hasta conseguirlo.
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