No es nada aconsejable perder un ojo en medio de una pandemia,
bueno nada, es muy conveniente, pero con esta cuestión de las
medidas de seguridad, y considerando que atravesó las cuatro
estaciones del planeta tierra y primero la cosa transcurría con cuarenta
grados a la sombra, y así nos movíamos a pleno rayo de sol, en ojatas
y mascarilla, a punto de ser quemados a lo bonzo, con tanto alcohol
en gel en nuestras debilitadas manos, y allá íbamos a darnos el ansiado
chapuzón solo de medio cuerpo, porque las mascarillas no solo escaseaban
casi más que el papel higiénico, si no que eran carísimas, y ni hablar de
como se llenaban de arena los guantes de goma y nos doblaban en peso.
Ilusa de mí pensé que en invierno sería mejor, pero no, resulta que en
este crudo invierno, con 8 bajo cero el mejor de los días soleados, hay
que andar con campera, fulares o cuellos, gorro, guantes, anteojos de
de sol, más en mi caso anteojos de lejos en la cabeza arriba del gorro
y los de ver de cerca en el bolsillo de la campera, que también tiene
llaves, monedas y otra mascarilla por las dudas.
Todo esto hace que vuelva del supermercado, casi a tientas, con los
lentes empañados, sin aire, y con el codo reventado, porque nunca
falta un vecino o un amigo al que no reconocés, que te da un codazo
a modo de saludo, tan efusivo, que tenés que retroceder en tu vuelta,
pasar por la farmacia, comprarte un diclofenac, y una venda para el
codo de tenista, y entonces llego a casa exhausta, ahogada, ciega, y
con dolor de codo, y se me cae la bolsa del super, en la vereda
mientras intento acertar con el orificio de la llave, haciendo equilibrio
con la ceguera, la campera, y los guantes de goma, y ahí quedan desparramados
unos geles íntimos con sabor a fresa, y varias cajas de preservativos, junto
a unos huevos duros y un chorizo cantinpalo, ante la atónita mirada de mis
vecinos, que me recuerda porque la cajera me tiró la bolsa por la cabeza,
Pensando menuda fiesta está programando esta vieja zorra, difícil explicarles
que yo quería comprar chicles, jabón de ducha, huevos
frescos y un salame de milán, pero claro si antes ya incurría en compras
extrañas, ahora casi en la no videncia y el empañado permanente, estoy
llegando a mi limite, ni que hablar de los precios tan distintos a los que
alcanzaba mi magro presupuesto, pero cualquiera vuelve a cambiarlos.
Así las cosas, levanto todo, y entro casi ruborizada, acalorada, con el
codo doblado y las manos congeladas y rasposas, la casa es un páramo,
porque, claro no nos olvidemos de la ventilación, hay que airear, abrir
ventanas de par en par por donde el chiflete va creando estalactitas
que van del techo al suelo, y el viento arrasa con todos los adornos y
descuelga las cortinas, y yo ahí, con la bufanda puesta y la campera,
me como un par de huevos duros, mientras trato de contestar los
mensajes de whatsaap, con los dedos duros, mis respuestas
suenan a mensajes en clave, muy similares a un pedido de rescate
talibán.
De paso mientras espero que se descongele la casa, haciendo uso discreto
de la calefacción eléctrica, porque cuando llega la factura, me pregunto
si vale la pena cuidarse tanto, o morir y ya está, veo las noticias, y me
entero que este virus es muy, como decirlo, caprichosito, porque no
va a los colegios, los chicos pueden estar entre no convivientes de
veinte en veinte y los padres pueden llevarlos y esperarlos a la salida de
cincuenta en cincuenta, en micros, buses y trenes tampoco le gusta,
allí pueden viajar en parejas cantidades sin conocerse de nada, en coche
no, no, si no conviven, y pronto será si no tienen sexo, no pueden
ir en el mismo coche, no le gustan las reuniones de más de 6, y por
eso ahí se ensaña sin piedad, y muy importante, no le gusta la gente
sentada, porque si estás sentado en un bar, morado de frio, tomando
un café o una caña con alguien enfrente, el virus te ataca y es mortal,
ahora si estás parado en la calle, pasa de largo el muy cabrón.
Tu médico de cabecera puede tomar unos buenos tragos con vos en
un bar cualquiera, eso sí, si le pedís una consulta, es solo por teléfono.
Y en muchos casos es bastante intimidante tener que mandar una foto
de la zona afectada.
Así que, sigo en mi derrotero, todavía con la campera y la bufanda
más unas galochas y unas patas de rana, mientras acomodo mi compra
en lugares oscuros y frescos, porque la esperanza de usarlos en un
futuro cercano me parecen tan o más lejanas que un recital en cancha
de boca.
Nada, me quedo con todas estas inquietudes y el recuerdo de mis
vecinos, viendo mi compra esparcida, con geles, preservativos, huevos
duros, cantinpalo, y un pan de manteca gigante, ese sí era correcto
para hacer el pan de puta masa madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
la que modera los comentarios es rubia, sabrán entender, ustedes tranquilos, comenten sin miedo, eso de la moderación es puro cuento, porque además de rubia es ARGENTINA.