Temprano el durazno cayó, como vos flaco amado, con tu piel rosa
curtida, de incoherente coherencia, cambio y revisión permanente,
el viento y el dorado sol te trasmutaban de la furia al amor, de la pasión
por lo que hacías, al sacrificio consciente de renacer, entre tu alma
de niño y tu asombro absoluto de engendrar vida, entonces al verte en
la suerte del todo frutal, te llenaste de ramas y de hojas en flor, no querías
que la vida pase como agua que corre, que la poesía no haya servido de
nada, que la infinitud del amor por lo nacido, no tenga el valor de lo
concebido, porque, decías, -si no tenemos respeto por la vida que nace
entonces somos bestias, si nos empeñamos en seguir siendo como una marea
de autos, que aplastan y matan, entonces nos vencerá la muerte en vida.
Si no creemos, decías, en la infinitud del amor, como podremos tener una
verdad para reclamar?
Dicen que en este valle, los duraznos son de los duendes, y vos fuiste ese duende
entre cabrón y genial, entre humildad e ingenio, tan palpable, tan sensible,
atravesado por la mirada de lo intangible, con esa percepción genuina de
saber que si tu ser estalla, será un corazón el que sangre, y la canción que
escuches, tu cuerpo.
Y allí fuiste a orillas del río, para hacer llegar tu fé, para unir tus cenizas hechas
de polvo de estrellas, para ponerle luz al instante, en un Río de La Plata, tan
sangrante, como tu trémulo durazno rosado.
Decías que éramos muy generosos al aplaudirte, porque tus letras no se entendían
y jugabas con eso, con tanta maestría, mientras nos regalabas una y otra vez,
un arcoíris de notas, que eran una especie de milagro, con luces encendidas.
Me quedo con el sonido de tu voz, me quedo con esos acordes mezcla de jazz,
rock y tango, me quedo con tu compañía, con los pequeños pies y los pechos
de miel, que alguna vez fueron mios, con la pasión que le ponías a todo. Porque,
decías, que sea lo que sea lo que hagamos, había que hacerlo bien, entregándonos
sin medida. Aunque algunas veces no sepamos que hacer, si no sale el sol y
perdemos ese amor, sin el que no encontramos la razón de seguir viviendo.
Cuando te fuiste al universo astral desde donde viniste, esa mañana del 8 de
febrero, estaba en mi casa, en esa donde nací, con mi vieja amada. Me estaquee
frente al televisor, inmóvil , casi ciega de lágrimas.
Mi vieja dijo -Pobrecito tan joven - Me giré y le pregunté -Ma, vos sabés quién
es ?- Y ella con su voz emocionada y su acento tano inconfundible, dijo.
-Claro, es el Flaco Spinetta, ese que a vos te gusta tanto-
Así te despedí flaco, en mi casa, abrazada a mi vieja, que me consolaba de una
pérdida absolutamente irreparable.
Gracias Capitán Beto, por hacerme volar, entre tanta gente de pié.
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