Son tiempos raros, tiempos de campanadas que no suenan
y aún mudas, llevan ecos lastimeros, arrastrados por el viento.
Recuerdos de un futuro que se nos antoja augurar siempre
venturoso, como estrellas fugaces de profundos mares.
Son tiempos de replanteos absurdos, de rasgar las vestiduras
por lo perdido y anular la evidencia.
El fin de fiesta que no aceptamos, porque lo impostamos,
encendiendo luces, nos convencemos de encontrar
la llave extraviada, para así espantar los rastros de la puta
costumbre. Nos negamos a aceptar, que siempre faltó
alguien en esa mesa occidental, (porque en otras latitudes
siempre faltó ,no solo la mesa, si no la comida)
Y hasta que esa falta fue elección bien sabida.
En un mundo raro, que nos dio de canto en los dientes y
nos gritó que nada es urgente.
Se nos rio en la cara, por lo que tanto habíamos deseado,
un tiempo dorado, sin alarmas ni agendas y no supimos
que hacer y se nos congelo el alma.
La cruda realidad de la muerte sin espectáculo y la vida
detenida en un receptáculo, nos dejó huérfanos de demostraciones
paganas e inútiles.
No aprendimos nada de este impase, ni de la vacuidad de nuestra
existencia.
Los viejos rehuyendo de los niños, para preservarse de una muerte
que los espera a la vuelta de la esquina, se quedaron solos en pos
de unas gotas de aliento y latidos, o los dejamos a su suerte con
el corazón partido. Los adultos mareados y golpeados en su reconocerse
vencidos, después de tanta lucha para ganar lo perdido, se volvieron
espías dolosos de vidas ajenas, pensando que si las campanas suenan
Sancho, será señal que cabalgamos, subiéndose a un caballo que
galopa lento, porque él si quiere huir hacia adentro.
Incapaces de correr el eje, andamos deambulando entre soltar
y saltar, sin atrevernos ni a uno ni a otro, sin admitirnos mentirosos y
abstemios de recibir caudales desbordados de amor encapsulado.
Queremos que la Navidad relamida, nos traiga consigo en el brindis
familiar, lleno de secretos entumecidos, una oportunidad de
aliviar el olvido. Lo hacemos por los niños, decimos! claro!
y por los que ya no están y por todo lo que ha desaparecido.
Va siendo hora que celebremos nuestro nacimiento, que celebremos
la vida de los que hemos quedado en pie, en medio de una guerra
absurda de biblias y castigos, rezando a un Dios que si existe
esta dormido. Ningún mesías podrá salvarnos en nuestra necia
tozudez de creernos eternos. Somos terrenales y todos
moriremos hoy o mañana. Levantemos entonces nuestras copas
sin pretenciosas ambiciones, pensando que no es hoy el día de
nuestra partida, así puede que vivamos de una vez, esta puta
maravillosa vida, llena de llegadas y despedidas. Como un
aeropuerto que nos ve pasar sin miedo de andar con alas o
un puerto que nos espera con ese barco de velas desplegadas, para
mostrarnos que el horizonte esta en nuestra mirada.
Hagamos el bien, bailemos sin motivos, amemos sin limite.
Celebremos cada día una Navidad de vida.
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