Quizás ella sea la última loca, que atravesó dos siglos febriles
y furiosos, implacables, con un vendaval de aventuras, que no
la dejaron nunca, sacar el corazón de la boca.
Quizás sea la última, que imprime fotos, llama por teléfono y
envía postales escritas de puño y letra.
Quizás sea la última de su especie, que no escatime en pasión,
en coraje temerario, en acometer salvaje con el poder y la injusticia,
que arremeta anestesiada en busca de cada pared donde estrellarse
despierta. Quizás sea la última de una generación, que no se rinde,
que las pelea todas, que busca una solución, y si no la inventa.
Que se queda despierta, ilusiones velando, que no le
cuenta a nadie y se disipan con el sol volando.
Quizás ella es indomable, incorregible, inentendible, andando
caminos sin ninguna certeza, mirando a lo ojos, bramando de ira.
Quizás sea la última adulta, que disimuló vivir siempre como una
niña rara, en acción permanente, y con fulgor en la mirada.
La última y la primera, que no conoció límites a la hora de amar,
esa que no aceptó nunca lo preconcebido. La inmoral, si la moral es
lo que dicen que es, y todos dan por sabido.
Quizás no sea normal, andar como anda ella, por el mundo con un
amor a cuestas y la ropa empapada, y aún así no puede ni sacarse,
la ropa, ni a ese amor de encima.
Ella quiere y quiso aflojar la cuerda, al final del ring, pedir la toalla
y no volver a insistir, en reconstruir las ruinas de un recuerdo que no
dejaba de latir y que hubiese sido una digna salida.
Pero no la encontró, no hubo mitades para juntar, solo almas antagónicas,
que al volver a reunirse, derrumbaron las moles de cemento, tan
precarias construidas. Entonces a ella, el alma dormida se le despierta
sorprendida y la mochila se despoja de piedritas escondidas,
de cartas escritas, inertes, raídas, de palabras no
dichas, de salas de espera en oscuros pasillos, plagados de monstruos
patéticos y muertos de frio. Quizás sea ella la última, que elija dos
días en dos siglos, a toda una vida, y quiera perderse en medio de
la nada, para dormir junto a él y verlo despertar por la mañana.
Es poco para dos siglos de amor y a su vez, una inmensidad,
que intenta suscribir con sangre, antes de aceptar un no emputecido.
Quizás así pueda ganarle al destino, tan ensañado, tan ponzoñoso
y tan empeñado en no dejarla elegir, ni permitirle el olvido.
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