Dice Kafka que todo lo que amamos, estamos
destinados a perderlo, pero que siempre volverá
transformado. Frase tan bella que parece imposible
agregar nada, ni a favor ni en contra.
Pero conformista y limitada, si se me permite
cuestionar al grandísimo Kafka.
Todo lo que amamos sin poseer, nos transforma,
porque nada tenemos que perder. Nada es nuestro
ni tan siquiera la vida.
Poseer no es amar y amar nunca es perder.
Solo sí lo manipulamos, si lo empujamos hasta
ajustarlo al tamaño de nuestro límite.
Cuando amamos no lloramos nuestra pena por
la herida, lloramos lo que ya no podemos poseer.
Nos mordemos los labios con todo lo que callamos,
cuando era de soltarlo, de dárselo al otro, aunque
no lo devuelva, dejárselo ahí como una ofrenda, y
entonces nunca será pérdida, se habrá agigantado,
transformado hasta dimensiones que lo amado sea
bien ganado. Abrir las manos y dejar que el agua
se escurra besando las palmas agrietadas, arrugadas
de tanto dar, dejar ir y esperar venir, transforma
el agua pero no las manos, todo lo dado se queda
allí, todo lo amado queda flotando, cae descalzo
pisando el barro, vuela despacio hacia un abismo
alado y ya no es nuestro, porque cuando estuvo
fue devorado.
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