No en todos los fuegos quedan cenizas.
Apagadas son algunos a pisotones, cuando todavía
están ardiendo .
No todos los fuegos se expanden y queman
los bosques devastándolos.
Algunos se consumen a sí mismos, para no
propagar el incendio.
Si quedan cenizas, ya no será el mismo fuego,
que se consumió, hasta deshacerse lento y
parsimonioso, transformándose, en algo
que nunca llegó a ser.
Las cenizas son rastros lastimeros y mezquinos
barridos por el viento.
Son un triste espectáculo de partículas tacañas
de aquella danza viva de chispas ardientes.
Cuando el fuego quema, cuando marca, cuando
deja huellas, nunca veremos cenizas, aunque
estén, y no será siquiera posible obviarlas.
Las llamas que han abrazado, cambiando
estructuras, demoliendo bases sólidas, penetrando
en cada diminuto recoveco, despiadadas,
ansiosas, por devorar, por poseer, esas nunca
serán cenizas, esas no se extinguirán nunca con agua,
ni con mantas, ni con palos.
Porque donde hubo fuego danzante, entre dos almas
desesperadas, nunca quedarán cenizas.
Siempre será, el mismo fuego, que una minúscula
partícula de aire, convertirá en fuego sagrado y
eterno. Pero nunca, nunca en cenizas.
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