Cuando algo te parte al medio de verdad,
ese es, el preciso momento en que estás
absolutamente entero.
Consciente de cada movimiento en tu pecho
al inspirar y expirar.
Es uno de los ejercicios más duros, al que
te podés enfrentar.
Hacerlo maquinalmente, es lo que te lleva
a no darte cuenta, que ese movimiento
involuntario, es el único que te separa de
la muerte.
Respirás, y aunque ves los cadáveres por
doquier, seguís pensando, que no es tu
destino, y además no podés detenerte ante
tan nimio detalle, porque hay que llorar, lamentar
culpar y seguir en el camino destructivo de
malgastar pulsaciones.
De todo eso, solo te vas a dar cuenta, sí esta,
la única vida que tenés, te parte al medio,
porque cuando eso pasa, la cabeza se abre
el corazón queda latiendo solo a medias,
y el aire se te escapa por el agujero de la garganta
hasta ahogarte. Entonces luchás por cada átomo de
aire, por cada latido, y sabés que la muerte ya
no es ajena. Así dejás de lamentarte, mañana
no existe, todo es acá, todo es ahora.
La sangre brota por cada corte transversal, y
no es la de otro, es la tuya, la ves por primera
vez, la oles, y es ahí justo ahí donde lo único
que cuenta es el minuto siguiente, no mañana,
no el mes que viene, no nada. Cuando estás
partido al medio, lo único que querés es respirar,
vivir, sentir, latir, ahora, entero.
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