Escribe Kety Mangione
Post. K.M. 12/06/2018
Sin razón alguna o sí, quién sabe, un recuerdo me atraviesa,
aislado, solitario, se instala, lo huelo, lo siento, estoy cruzando Córdoba en la
esquina de Callao, la gente sale del subte, yo sigo por Córdoba voy para para el lado de Santa Fé,
voy fumando, paso por un montón de kioscos y por una verdulería nueva que
tiene todas la fruta y la verdura formando figuras coloridas, hay también una boutique de ropa y zapatos de mujer, miro los zapatos, son lindos, pienso, este
local va a durar poco, sigo caminando, no sé de dónde vengo , en el recuerdo no me
acuerdo, en la esquina de Marcelo T hay un negocio de ropa de hombre, no sé el nombre,
ahí le compre la última campera que mi papá uso hasta el día que murió,
era marrón de corderoy tenía un cuello de pana verde, la tela era espigada igual
que la boina que mi papá usaba, le gusto mucho esa campera, no se la sacaba nunca y
mi mamá se enojaba porque se sentaba con la boina y la campera puesta a la mesa,
cuando mi papá se murió mi mamá la regalo.
Entro en un bar de Marcelo T, en una esquina chanfleada, pido un café
con crema, espero, cuando él llega levanto la vista y extiendo la mano con la
palma hacia arriba, él apoya su palma en la mía, la siento, me estremezco, sudor
con sudor, calor con frio, en la boca, en el recuerdo, se me antoja un helado con un trozo de torta
caliente de chocolate, un bizcochuelo en realidad, como los que hacia mi mamá los
domingos a la tarde, marmolado, esponjoso, mis hijos devorando hasta las migas, ante la
desolada mirada de mi madre viendo que no dejaban nada para el mate. Su mano apretando la mía, no puedo desprenderme del recuerdo afable, de la sensación cálida, no puedo no ser
consciente de la fuerza del
contacto, la contención, la sincronización de venas, tendones y terminaciones nerviosas que se comunican, que se despiertan, siento en
la boca el gusto a café mezclado con el suave sabor de la crema .
Es un instante, un segundo, la mano de él se separa de la mía,
me da un beso en la boca
su saliva, mi café, ese gusto familiar, pero el recuerdo vuelve a las manos, se queda ahí, enganchado y claro ya no puedo seguir escribiendo, porque mi
mano tiembla y porque es imposible escribir con la palma hacia arriba y el recuerdo latiendo.