Para las cuatro fantásticas de Wilde.
Mari y Rosa Ziza- Mary y Mabel Mangione.
Escribe Kety Mangione
Post. por K.M 07/05/2016
Cuando eramos unas pre -adolescentes
y nos íbamos horas perdidas a la terraza, a tomar sol embadurnadas
en coca-cola y aceite de zanahoria o de coco, que nos freía como
cornalitos, en un suelo pintado con brea, lleno de piedritas que se
hundían a nuestro paso, porque el efecto del calor descomunal del
mes de enero se potenciaba con el negro del alquitrán y el brillo
del pedregullo y la lana de vidrio, en esos días con mi hermana y
mis amigas-hermanas-vecinas, pitábamos a escondidas y espantábamos
el humo con las manos, o haciendo abanico con alguna revista TV-GUIA
o Radiolandia, creyendo que eso bastaba para que no nos descubran,
hablábamos todo el tiempo y nos reíamos mucho, casi más que hablar
era reír, tentadas por todo y por nada, con esa adrenalina que daba
hacer cosas a escondidas, cuando bajábamos anaranjadas y ciegas, nos
mirábamos en el espejo para comprobar las marcas que habían quedado
en nuestros cuerpos, felices y satisfechas.
Si quedaba tiempo y nuestras madres no
nos buscaban a los gritos, nos depilábamos las piernas con una crema
espantosa que tenia un olor horrible y nos planchábamos el pelo con
WELLA STRAY, que también tenia un olor asqueroso e inmundo. En esas
épocas hacíamos cuentas de los años que tendríamos en el 2000,
cosa que nos resultaba tan lejana como la mismísima vía láctea, y
obviamente no teníamos duda alguna de que los coches volarían, las
tareas del hogar serían cosas de un pasado lejano y las escuelas
como las conocíamos no existirían, pero por sobre todo pensábamos
que la gente sería mucho más feliz de lo que nosotras éramos en
ese momento, el hecho de pensar en modernidad y comodidad nos
proporcionaba la loca idea de la felicidad plena.
No me aferro a esto como algo perdido e
ideal, primero porque cuarenta y cinco años después no esta
perdido, segundo porque no era ideal, solo era lo que había y de
algún modo lo convertíamos en divertido, aún con todas las
carencias. No está perdido, porque se que ahora esas cuatro chicas
anaranjadas y con olor a cigarrillo Comander, robado del paquete de
mi papá, seguramente nos juntariámos en esa misma terraza, sin
teléfonos, sin tablets , sin computadoras y a pesar de lo mucho que
nos golpeó la vida, seríamos capaces de reírnos mucho, pero solo
ahí en esa terraza, abajo en tierra firme, en nuestras cocinas más
o menos equipadas con aparatos que nos facilitan la vida, en nuestros
coches (las dos que manejamos, las dos que nos fuimos lejos, las dos
que nos divorciamos) y en los distintos medios de transporte (las dos
que no manejan, las dos que se quedaron, las dos que se hicieron
cargo de sus padres, las dos que aun siguen junto a sus parejas de
toda la vida) ahí ya no sería posible estar sin nuestros teléfonos,
nuestras conexiones, selfies y redes sociales, aún las más
chucaras, sin enterarse mucho de que va, ya seríamos parte del
montón, de la tropa tecnológica, de todo lo que no debemos hacer,
actualizadas con las dietas, la capa de ozono, el protector 500 para
la sombra y el 800 para el sol, el colesterol bueno y el malo, los
litros de agua que tenemos que tomar antes y después de exponernos
al sol, con ese dolor absurdo de saber tanto de tantas cosas y a su
vez ignorarlo casi todo, con ese rictus de repetir frases hechas,
ajenas, gastadas. Con ese miedo de no existir, de no ser, como que
tanta información nos va borrando como una goma de las de antes
borraba un dibujo mal hecho, una palabra mal escrita, dejando un
rastro gris en el mejor de los casos o un agujero inoportuno en la
hoja de papel impoluta.. Desorientadas, sintiendo que ya ni nuestra
memoria cuenta, parecería ser que nada de lo vivido o aprendido
sirve de mucho, hoy hay un tutorial para todo, esos que quizás
ninguna de las cuatro chicas anaranjadas somos capaces de comprender,
pero que nuestros hijos y nietos manejan a la perfección y nos dejan
prácticamente en ridículo cuando queremos explicarles como se hace
algo y ni hablar de decir como lo hacíamos.
No hay un tiempo pasado mejor, además
este es nuestro tiempo, el que transitamos, el momento presente.
Pero a mi me pasa, quizás porque cada
vez que vuelvo a mi tierra, voy a mi casa literalmente, a la casa
donde nací, donde todo sigue igual, salvo que tememos teléfono, y
los vecinos tienen wifi y te lo prestan para que te agazapes a la
ventana de tu habitación de soltera y así conectarte cual diabético
a la insulina, porque necesitamos saber, estar, ver, comunicar,
porque las cosas están dadas así, no podemos escapar a eso, podemos
sí y dentro de lo posible, establecer nuestras propias reglas, no
al principio claro, que uno se lanza como una flecha, y junta el
asombro con la posibilidad de reconocimiento, con la necesidad de no
estar solo, de compartir, y entonces nos vamos al carajo y lo
compartimos todo, después pasamos a la etapa contestaria y
participativa, donde queremos tener razón esgrimiendo argumentos
dudosos y ajenos relegando nuestras raíces y nuestros verdaderos
conceptos de la dignidad y el respeto por el otro. No todos logran
salir de esa primera etapa, algunos se quedan instalados ahí,
apalancados en la retorica permanente, a veces como un juego otras
como una pesadilla. Otros pasan al otro extremo, ponen limites a
todo, a quién puede verte, nunca sabés si están conectados o solo
miran y se ponen me gusta a sus propios post, echando alguna vez una
mirada rápida en los AMIGOS, como para tenerlos como seguidores y no
perder los likes de sus próximas actualizaciones. Esta bien, todo
esta bien, pero sigo sin acostumbrarme a algunas cosas, sigo
extrañando reírme, tentarme, sigo extrañando esa parte mía que no
necesitaba de la aprobación de los otros para avanzar, para vivir,
lamento horrores que cada vez estemos más solos, más desvalidos,
que hayan logrado y nosotros permitido que nos llenen la cabeza de
pelotudeces que no vienen al caso, que para hacer un huevo frito
tengamos que buscar en Internet cuánto aceite hay que poner, que la
experiencia y lo vivido no valga nada, que la gente necesite
ponderarse a sí misma todo el tiempo y darse la razón como los
locos, que insultemos a la gente y la prejuzguemos por sus ideas
políticas o su forma de pensar, que nuestros nietos crean que leer
es una pérdida de tiempo, que todo sea tomado literalmente como si
fuéramos víctimas del síndrome de asperger*, incapaces de dilucidar
una broma, un doble sentido , chiste machista o feminista de un
ataque de género, de los avisos imbéciles posteados y re-posteados
de como marcar al revés tu clave en el cajero, cosa que leerán
primero los chorros que vos y te costará la masa encefálica el
querer joderlos, de lo inteligente que son los mal humorados y los
malhablados y lo felices que somos todos y nuestras hermosas
familias de papel, sin dejar afuera las cadenas de oración que
hacemos sentados cómodamente frente a nuestros dispositivos para que
un Dios imperfecto sane lo mismo que causó (a mi entender
obviamente).
De las cosas cotidianas siempre podemos
rescatar cosas buenas y positivas, que no están en las redes, ni en
las noticias. En mi corta y febril estancia en Buenos Aires en este
mes de abril, me resultó muy gratificante ver como la gente saluda
al subir al colectivo, en voz alta al chófer y este contesta con
toda amabilidad, y en otros casos es el chófer el que saluda cuando
uno sube, realmente es una sensación increíble que genera un gesto
tan simple, mi hijo menor, cuando viajábamos en colectivo, siempre
saludaba y conversaba con la gente que tenia al lado, y se preguntaba
porque la gente saludaba al entrar en un negocio, pero no lo hacia
al subir a un transporte público, creo que por eso me gustó tanto
ver que ahora se haya adquirido esa buena costumbre, también lo
observé en algunos bares, algo realmente digno de destacar, aún en
una ciudad caótica, donde te cortan las calles, te hacen piquetes y
te despluman cada vez que consumís o compras algo, o simplemente te
vacían la cuenta cuando salís del cajero automático.
Las cosas chiquitas , que me pasan acá
también en mi hermoso pueblo, con la gente que te reconoce, que te
saluda con amabilidad, que comparte un comentario sobre la situación
política sin ofender ni descalificar, los que han leído mi libro,
que para un lugar tan chiquito son muchísimos y se han tomado el
trabajo de comprarlo en una librería o por Internet, y lo elogian
con afecto sincero, esas son las cosas que alimentan, más allá de
parecer frases hechas a medida, son los verdaderos motores.
La tecnología sana y mata sin duda,
igual que cualquier epidemia, una vez expandida no hay como pararla.
Quizás el término medio llegue cuando encontremos el virus de la
estupidez y podamos inocularlo para que los síntomas nos avisen que
estamos a punto de cagarla y podamos hacer medicina preventiva, y
volver a las terrazas con nuestros amigos a reírnos de nada y de
todo y a soñar que en un futuro no tan lejano, la gente será mucho
más feliz.
(*) El síndrome de Asperger es un trastorno neurobiológico que forma parte de un grupo de afecciones denominadas trastornos del espectro autista. La expresión "espectro autista" se refiere a un abanico de trastornos del desarrollo que incluyen tanto el autismo como otros trastornos de características similares.