Lorenzo
Quinteros en Final de partida de Samuel Beckett
Es el día
15 de julio de 2008 y estoy sentado en una mesa del bar ABC de
Castillo y Scalabrini, Ciudad Autómata de Buenos Aires. La cita era
a las 18:30 y podíamos charlar hasta las 19:15 porque después el
maestro tenía que dar una clase. Otra más o una nueva, como desde
hace 30 años? Sí, más o menos, tal vez más que menos.
Son las
18:52 y no llega, ya lo doy por perdido, voy a pedir la cuenta
mientras en Crónica Tv veo y escucho lejanamente a bUzzi que habla
de la justicia distributiva flanqueado por la Sociedad Rural,
Barrionuevo, la CCC y la Pú que te Pé.
Le comenté
a Lorenzo (Quinteros) que me había quedado una frase de la charla
post 2° función preestreno de Final de
partida, la obra de Beckett que está
haciendo con Pompeyo Audivert en el Centro Cultural de la
Cooperación: Salir del comedor.
Mi
comentario fue que el sólo hecho de ver algo fuera del costumbrismo
ya era un placer y él desde ese dulce cansancio que deja una función
tan al palo como en particular lo exige esta obra, sonrió y dijo:
Salir del
comedor.
Y entrar al
bar? Sí. Llegó. Un tanto disfónico, preocupado:
Lorenzo: Ya
te ibas, no?
Entrevistador:
Y, casi. Uy, tenés la voz complicada y queda poco tiempo… Lo
dejamos para otro momento?
Lorenzo:
Como quieras… Grabá, grabá…
Y entonces
grabo, obvio.
Transcribo
casi todo tal cual y todo gira en derredor de la obra, de Final
de partida, de Beckett, pero se abre y se
habla de tantas otras, más, cosas:
Entrevistador:
Te digo la verdad (ahí estoy grabando pero después cuando charlemos
te lo acerco porque sino). Pensaba, andará bien o no?
Lorenzo
Quinteros: Muy bien.
E: Porque
justamente, es un tema. Lo que te decía, no. Hay tan poca… o por
lo menos… Claro, lo que pasa es que el público de teatro es otro…
Tan poca predisposición, pareciera, no, a ver cosas que no sean
costumbrismo, realismo…
LQ: Sí. Al
mismo tiempo hay un público medio cansado, también, de un teatro
que no cuenta nada, que no… (E: te lo voy a acercar porque sino la
voz…), que no… más que nada que no significa nada, que no te
conecta con nada profundo.
Hoy recibí
un mensaje de un amigo que estuvo ayer y me hablaba todo el tiempo
del grado de conmoción con el que salió. Me mandó un mensajito de
texto. Se acordó de su madre, veía en nosotros personajes de su
pasado más remoto… que salió… totalmente conmovido, y eso la
gente lo está extrañando en el teatro. Se está haciendo un teatro
muy, muy que no pasa nada, como que se lo hace apropósito, esta cosa
de cierta superficie plana, no, meramente literaria, digo. Un teatro
de la liviandad. Y Beckett propone, o por lo menos la versión que
nosotros hacemos, propone casi una humanidad salvaje. Los tipos están
como en un estado de excitación y de… Esta cosa de brotar sangre,
por ejemplo, que lo marca una acotación de Beckett. Es una acotación
fantástica.
E: En qué
parte? Eso no lo pesqué.
LQ: No, es
una acotación al principio. Los tipos que están rojos y viste que
hay un momento que él (Él es Pompeyo Audivert/Clov) me pregunta a
mí (Mí es LQ/Hamm): Sangraste? Y le digo: Menos. Por eso el
maquillaje rojo. Viene de ahí. Son personajes que están vivos,
super vivos. O sea, no están congelados como a veces sucede con las
versiones de Beckett, que los congelan, los colocan en una situación
abstracta, te diría.
E: Lo que
pasa es que ese es también un hallazgo del laburo que hicieron
ustedes, porque, digamos, por lo menos visto desde afuera, si uno
leyera el texto nada más, suena como muy abstracto. Suena difícil,
digamos, de humanizar o de verlo carnalmente.
LQ: Yo te
diría que si lo leés con atención, y más que nada si lo actuás,
o sea, si lo llevás a escena, que es como mejor se leen los textos
teatrales, tiene muchas capas. Está esa capa, esa zona o sea…
llamémoslo capa. Esa capa, diría, cósmica, metafísica. Pero está
la otra que es la de los seres humanos miserables que pelean por un
pedazo de pan, que se pelean por si lo puso en el centro o lo puso un
poquito más al costado. La miseria humana aparece por todos lados y
también lo familiar.
E: También.
Es verdad eso.
LQ: Claro.
Esta pareja: pueden ser padre e hijo, pueden ser hermanos, pueden ser
compañeros de trabajo. La relación que establece con los padres que
los tiene ahí encerrados. También hay vínculos atravesados de esta
cosa metafísica, que también la tiene, de una suerte de, yo te
diría, cosa familiar, cotidiana, doméstica, casi. Eso es muy
interesante.
E: A mí
eso, bueno, fue lo que charlamos también por teléfono, apenas
saliste de la función, estabas ahí todavía con esa fatiga de fin
de función, y te dije: Ya el hecho de ver algo que no sea
costumbrismo para mí es algo placentero y vos me tiraste la frase
esa que me quedó: Salir del comedor. Y hay una cosa, no. Bah, no sé
cómo lo ves vos. Hay una división posible en el arte que podría
ser: La reproducción de lo real con distintas estilizaciones, bla
bla blá y la apuesta a la creación de algo novedoso…
LQ: A lo
poético.
E: A lo
simbólico, a lo poético. Esto está clarísimo en la obra de
Beckett, me parece, no?
LQ: Está
clarísimo. Y Beckett en ese sentido creo que hoy en día es
necesario. Porque se ha abusado del teatro referenciado a la
realidad. Hay toda una generación, bastante extensa que hizo una
dramaturgia anti mensajista, contra los años 60, 70, contra un
teatro que debía darle un mensaje al espectador, a la humanidad.
Pero pasaron a una cosa que es una especie de realidad paródica en
el escenario. Entonces aparecen otra vez los living comedor, las
habitaciones, las fiestas de cumpleaños, el escenario otra vez está
invadido por lo real y no se construye una metáfora potente de la
condición humana. Y a Beckett en ese sentido no hay con qué darle,
es muy potente. Pero no solamente Beckett, yo creo que Beckett es el
más, el más filoso en ese sentido o el más hondo. Pero esa
generación…
E: Quién
más estaría ahí?
LQ: Y yo
diría Pinter, yo diría Ionesco, incluso, a pesar de que tiene un
tono más farsesco, más humorístico. Es más superficial. Yo creo
que es esa generación de los años 50, 60, que después de la guerra
tomó consciencia de que el hombre estaba devastado no sólo por
fuera sino también por dentro.
E: Es la
generación de post guerra. Mirá que distinto. Por qué sabés qué
pensaba? Recordaba el fenómeno del cine de la post guerra, el
neorrealismo y lo emparentaba con esta suerte de repetición de tanto
costumbrismo, realismo, etcétera. Pero claro, el cine obviamente es
un espacio distinto al teatro. Pero está bueno, esto, digo. Qué
reacción distinta la del teatro a la del cine. No?
LQ: Sí. Eh,
bueno, creo que el teatro del absurdo, que también tiene
representantes en Estados Unidos, con Albee y otra gente, fue un
movimiento necesario para el teatro que rompió con las estructuras
tradicionales de causa-efecto, todos los personajes deben tener un
por qué, para qué, de dónde vienen y a dónde van, qué hacemos
acá… Está todo como aclarado, como si fuera la razón de la
dramaturgia. Pero en esto (Beckett) se trabaja en otro sentido, esos
personajes se van construyendo en la propia escena, no hay un afuera
referencial, son ellos para ellos mismos. Y entonces por eso tanta,
yo diría, tanta relación con el teatro, el gran teatro universal
que tiene Beckett. Con Calderón, por ejemplo, con Shakespeare.
Porque si vos en realidad reducís la referencia externa a lo más
mínimo, lo que te queda es el teatro de la vida o la vida del
teatro. Los personajes están viviendo escénicamente. Lo primero que
nos impactó fue todas las referencias que ellos hacen al aquí y
ahora cuando dicen: Qué estamos haciendo, Cómo nos va, No estás
harto, Cómo va esto, Avanza, avanza. O sea, está hablando de la
escena, la escena avanza o no avanza, la escena tiene sentido o no
tiene sentido.
E: Sí, el
propio relato. Pareciera que se refiere al propio relato, no.
LQ: Claro.
Lo que queda son las palabras.
E: Y es,
digamos, la primera vez que se rompe hasta con la lógica del
lenguaje, si querés, dramática? O sea, hay frases que por así
decir, no tendrían sentido en el habla coloquial o en una escena
coloquial. Digamos, es la primera vez que ocurre en la historia del
teatro, no hay precedentes?
LQ: No. Hubo
antecedentes. En principios del siglo pasado con el surrealismo, el
dadaísmo, que hacían disparates. Pero era más bien, yo diría, una
actitud petardista. No construían un teatro. Acá se construyó un
teatro distinto, un teatro donde, donde tampoco entra Brecht, porque
tampoco es un teatro que se plantea mostrar algo de la realidad para
corregirla. Crea una realidad en sí misma, el ensimismamiento del
teatro de Beckett es una propuesta realmente distinta.
(Desvío.
Lorenzo atento a su té se dirige al mozo: Hola. Me das limón?)
E: Ahora. La
creación de esa nueva realidad, el hecho en sí, pareciera ser una
crítica a la realidad cotidiana. El hecho en sí, de crear una nueva
realidad, no es criticar la realidad, como decíamos antes, en
términos costumbristas? O es otra historia?
LQ: Eso que
decís vos pasa más en Ionesco. Ionesco sí critica, por ejemplo, a
la pequeña burguesía europea que vivía dentro de la guerra e
incluso la había provocado, porque los seres humanos provocaron la
guerra y después jugaban a ser indiferente a ella. No? Beckett me
parece que va más allá y habla de la relación del ser humano con
el universo, con él mismo. No ya en términos de living comedor,
como decimos, no en términos de la existencia cotidiana.
E: Hay algo
más metafísico, no, no sé si metafísico, digamos, filosófico en
la propuesta?
LQ: Yo creo
que sí. El habla de qué pasaría si existiera esta destrucción
final. Los pocos que queden cómo serían? No son tan roñosos o peor
que estos… (risas) No lo salva al hombre.
E: Sí. Por
lo menos en “Final de partida” tampoco hay una sensación de
condena.
LQ: No. De
condena no.
E: Yo lo que
te decía respecto a la crítica era más en el sentido de no
utilizar signos o elementos de la realidad. Prescindir de eso,
digamos. No crítica en el sentido político, bué! es medio
político.
LQ: Sin
embargo la realidad que aparece, pero que aparece en esos casos
extremos, por ejemplo: la relación que establece la humanidad hoy en
día con los niños. Con los viejos si querés también pero sobre
todo con los niños. A mí me conmueve mucho, la obra está llena de
niños, son todos niños: el viejo que come confites, él que se mea
encima, el otro que no sabe andar si no le dicen lo que tiene que
hacer y por otra parte habla de ese niño en el relato, no. El niño
dejado: Pan para su hijo, ah, eso es lo que quiere, pan para su hijo.
Y al final ese niño que aparece mirándose el ombligo, al que lo van
a dejar ahí, por supuesto. No lo van a salvar. El futuro está
liquidado, o sea: No hay futuro.
E: La
sensación, por lo menos desde el lugar del espectador, es como
asistir al último minuto de la humanidad. Hay algo de eso para vos
también?
LQ: Sí.
Hamm se está muriendo, es evidente. Y todo hace pensar que Clov va a
ocupar el lugar de Hamm. Pero ya no está más la madre, ni los
padres. O sea, Clov, podemos imaginar en el sentido de realidad: Clov
va a ocupar el lugar de Hamm pero va a estar sólo y se lo dice Hamm
en un momento: Sabés una cosa, vas a estar sólo porque no tuviste
piedad por nadie. O sea la última piedad la tiene Hamm. Mirá vos
qué piedad. Y Clov está, nada, va a quedar como ese niño mirándose
el ombligo. Porque la obra está permanentemente redefiniéndose en
sí misma.
E: Sí. Hay
una cosa de espiral interno y de explicarse a sí mismo. De creación
de un mundo cerrado, propio, no. Con sus propias leyes. Y de vez en
cuando algún contactito con el exterior: en la ventana, Y fijate si
tal cosa… (Hamm le pide a Clov cada tanto que mire por una ventana
de la escenografía y le informe qué ve). Qué además no sabe en
realidad qué ve? Y hasta no se sabe si realmente hay mundo exterior,
no?
LQ: No.
E: Si es una
invención.
LQ: Para mí
es una invención. Es una invención o son metáforas muy de post
guerra, muy de un mundo arrasado por la guerra. Pero yo creo que es
invención, es una escenografía, tan contundente como ellos los son
como personajes, como ejemplo. Ellos son construcciones a la medida
de una escena que puede seguir funcionando a pesar de que no sabe a
dónde va. Es eso la obra, la obra no se sabe dónde mierda va pero
va.
E: Es eso,
sí. O sea, lo que queda en definitiva es eso. Como si fuera la pura
mecánica de un relato, digamos. Mostrar lo mínimo que hay que tener
para relatar algo, digamos. Pero por otro lado también hay un laburo
sobre todo en tu personaje. O sea. Bah, yo el día que fui a verte,
no sé si cuando saliste estabas cansado o siempre salís así pero
había una cosa como que venías de un viaje largo…
LQ: Un
viaje. Es un viaje. Hacer la obra es un viaje. Y creo que para los
espectadores también. O entrás o no entrás. Hay algunos que no
entran y No entran. Creo que los menos. Pero los espectadores también
tienen un lindo viaje. Porque al no haber… Cada segmento de la obra
en realidad es un desafío. Un desafío a tu inteligencia, a tu
sensorialidad, entonces cada vez te comprometés más con la obra
como espectador y como actor también. Yo, en ninguna obra como en
esta viví la experiencia de que hay que vivir cada instante de la
obra, no hay que preocuparse por lo que viene. Porque sino te metés
en un kilombo infernal. Cada momento es El momento, y eso… Eso, en
determinado momento no sabés dónde carajo estás (risas).
E: Está
bueno. Es un buen desafío aparte para vos como actor? Hay que entrar
y hay que salir de ahí después también.
LQ: Es una
obra fantástica. Pero también tiene sus recursos que Beckett con
mucha maestría los ha construído, no. La obra también cierra con
un monólogo de ambos que son monólogos a espectador, no son
textuales, eso hace que el actor pueda de alguna manera tirar ahí…
E:
Escénicamente es como si fuera el mensaje, muy entre comillas, no.
Ahora, no sé cómo lo ves vos, si es como una especie de chiste del
propio Beckett o si verdaderamente hay una intención de dirigirse
más directamente al espectador que en el resto de la obra.
LQ: Al
espectador se remite al principio y al final, prácticamente. En un
momento hay un chiste grande que es el del catalejo. Ve a la gente a
través del catalejo. Pero al principio el personaje de Clov habla a
la gente. A la gente. Un ser humano, diríamos, no. Y al final Hamm
también. Y cómo le habla. Yo creo qué es un chiste pero lo del
catalejo, yo creo que lo otro no es un chiste, es algo que Beckett
quiere decir. Creo que quiere decir que el niño después conoce el
frío, el hambre y después va a conocer la muerte. Y está condenado
a eso… Creo que el padre es responsable. Creo que ahí hay algo que
dice con claridad: El debe saber qué pasa en la tierra, ahora. El
debe saber, no se haga el pelotudo.
E: Vos decís
que hay una apelación a cierto compromiso, digamos.
LQ: Yo creo
que sí.
E: Está
bien. Y volviendo al principio de todo. Yo sigo, para mí es un tema
central además de una cuestión de gusto, esta cuestión del arte
costumbrista, realista… Por qué creés que cuesta tanto,
especialmente en este momento Salir del
comedor? Hay algo que tenga que ver para vos
con los social, lo político? No tiene nada que ver?
LQ: Para mí
tiene que ver con el Costumbrismo, por lo tanto tiene que ver con el
Conformismo. Es un teatro que no le mueve el piso a nadie. La gente
va a corroborar que lo que está haciendo está bien: Que es tener un
living comedor, estar casados, tener hijos, tener un puesto en una
empresa, querer ganar cada vez más plata… Me parece que… eso,
no? El living comedor para mí es la expresión más nítida de la
pequeña burguesía.
E: Yo sabés
en qué pienso? Bueno, no se qué pasó en esa época en el teatro
pero sí en el cine. En los 70 de golpe esa misma pequeña burguesía
esperaba las películas de Buñuel, Fellini, de Bergman…
LQ: Bueno,
pero son épocas distintas. Sin ir más lejos hace 10 años Federico
León creó una obra que era un baño. (Se refiere a la obra titulada
“Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack”, estrenada en el
Teatro del Pueblo en el año 1999).
E: Sí,
buénísima.
LQ: Es un
teatro… Federico creo que no es casual que de pronto no esté
operando en este momento. Y lo que está operando en este momento son
obras de living comedor. Por más que sean de su generación. Yo, lo
acepto mucho, me parece que es un teatro que por algo el público lo
va a ver. Pero son obras que es pura intriga, puro… muy, algo
adentro de las cuatro paredes de la casa. De la seguridad de la casa.
Federico se había metido en otra cosa. Después lo dejó, no. Y no
sólo Federico. Yo creo que, digamos, resuena mucho eso, no, esas
obras de él, donde no era el living la cuestión.
E: Bueno
gracias, Master. Te voy a dejar terminar el tecito y el…
LQ: No, no.
Seguí, si querés. Qué hora es?
E: No. Ya
está. Son y cuarto (digo yo pensando en su clase y ahora me
arrepiento. Podía haber seguido. Qué estúpido). Tenés que ir a
dar clase vos, no?
LQ: Fijate
cómo anda este experimento y que (se refiere a que le dije que era
la primera vez que grababa con el telefonito, el celu y no sabía
cómo iba a salir).
En la
versión sonora no hay corte ni interrupción alguna, se corta
abruptamente porque allí dejé de grabar, por cuestiones de
compresión de audio pareze que habláramoz ziempre con la zeta. Es
lo que hay. La transcripción que aquí han leído es la versión
completa de lo que se grabó.
Falta la
salida del bar, el acompañar al maestro hasta ahí nomás donde da
la clase mientras le cuento que antes de entrar al ABC había pasado
por su antiguo Taller-Teatro: El Doble, que queda ahí a la vuelta,
en Aráoz y Loyola.
Lorenzo dice
algo más o menos así: Se lo vendí a un artista plástico. Para mí
fue lo mejor porque te obliga a salir de tu espacio, la gente no
piensa que tenés todo cerrado y entonces te llama, te tiene más en
cuenta.
Salir…
Salir del
comedor, ir hacia el mundo, salir del encierro, poetizar,
metaforizarse en medio de tanta retención, de tanto temor al otro,
tanto ombliguismo, animarse a mirar un espejo en el que no nos vemos
o si se quiere, un espejo que nos devuelve como fantasmas, complejos,
a veces indescifrables, brillantes, miserables, humanos.
Fernando
Daneri.-